(Juana
Inés de Asbaje y Ramírez; San Miguel de Nepantla, actual México, 1651 - Ciudad
de México, id., 1695) Escritora mexicana, la mayor figura de las letras
hispanoamericanas del siglo XVII. La influencia del barroco español, visible en
su producción lírica y dramática, no llegó a oscurecer la profunda originalidad
de su obra. Su espíritu inquieto y su afán de saber la llevaron a enfrentarse
con los convencionalismos de su tiempo, que no veía con buenos ojos que una
mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.
Biografía
Niña prodigio, aprendió a leer
y escribir a los tres años, y a los ocho escribió su primera loa. En 1659 se
trasladó con su familia a la capital mexicana. Admirada por su talento y
precocidad, a los catorce fue dama de honor de Leonor Carreto, esposa del
virrey Antonio Sebastián de Toledo. Apadrinada por los marqueses de Mancera,
brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva
inteligencia y su habilidad versificadora.
Pese
a la fama de que gozaba, en 1667 ingresó en un convento de las carmelitas
descalzas de México y permaneció en él cuatro meses, al cabo de los cuales lo
abandonó por problemas de salud. Dos años más tarde entró en un convento de la
Orden de San Jerónimo, esta vez definitivamente. Dada su escasa vocación
religiosa, parece que Sor Juana Inés de la Cruz prefirió el convento al
matrimonio para seguir gozando de sus aficiones intelectuales: «Vivir sola...
no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio,
ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros»,
escribió.
Su
celda se convirtió en punto de reunión de poetas e intelectuales, como Carlos
de Sigüenza y Góngora, pariente y admirador del poeta cordobés Luis de Góngora,
cuya obra introdujo en el virreinato, y también del nuevo virrey, Tomás Antonio
de la Cerda, marqués de la Laguna, y de su esposa, Luisa Manrique de Lara,
condesa de Paredes, con quien le unió una profunda amistad. En su celda también
llevó a cabo experimentos científicos, reunió una nutrida biblioteca, compuso
obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros,
desde la poesía y el teatro (en los que se aprecia, respectivamente, la
influencia de Luis de Góngora y Calderón
de la Barca, hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.
Perdida gran parte de esta obra,
entre los escritos en prosa que se han conservado cabe señalar la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz. El obispo de
Puebla, Manuel Fernández de la Cruz, había publicado en 1690 una obra de Sor
Juana Inés, la Carta athenagórica,
en la que la religiosa hacía una dura crítica al «sermón del Mandato» del
jesuita portugués António Vieira sobre las «finezas de Cristo». Pero el obispo
había añadido a la obra una «Carta de Sor Filotea de la Cruz», es decir, un texto
escrito por él mismo bajo ese pseudónimo en el que, aun reconociendo el talento
de Sor Juana Inés, le recomendaba que se dedicara a la vida monástica, más
acorde con su condición de monja y mujer, antes que a la reflexión teológica,
ejercicio reservado a los hombres.
En la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (es decir, al obispo de Puebla), Sor
Juana Inés de la Cruz da cuenta de su vida y reivindica el derecho de las
mujeres al aprendizaje, pues el conocimiento «no sólo les es lícito, sino muy
provechoso». La Respuesta es además una bella muestra de su
prosa y contiene abundantes datos biográficos, a través de los cuales podemos
concretar muchos rasgos psicológicos de la ilustre religiosa. Pero, a pesar de
la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó
profundamente; tanto que, poco después, Sor Juana Inés de la Cruz vendió su
biblioteca y todo cuanto poseía, destinó lo obtenido a beneficencia y se
consagró por completo a la vida religiosa.
Murió mientras ayudaba a sus compañeras
enfermas durante la epidemia de cólera que asoló México en el año 1695. La
poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante, y al mismo tiempo
introdujo elementos analíticos y reflexivos que anticipaban a los poetas de la
Ilustración del siglo XVIII. Sus obras completas se publicaron en España en
tres volúmenes: Inundación castálidas de la
única poetisa, musa décima, Sor Juana Inés de la Cruz (1689), Segundo volumen de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz (1692) y Fama y obras póstumas del Fénix de México(1700), con
una biografía del jesuita P. Calleja.
La
poesía de Sor Juana Inés de la Cruz
Aunque su obra parece
inscribirse dentro del culteranismo de inspiración gongorina y del conceptismo,
tendencias características del barroco, el ingenio y originalidad de Sor Juana
Inés de la Cruz la han colocado por encima de cualquier escuela o corriente
particular. Ya desde la infancia demostró gran sensibilidad artística y una
infatigable sed de conocimientos que, con el tiempo, la llevaron a emprender
una aventura intelectual y artística a través de disciplinas tales como la
teología, la filosofía, la astronomía, la pintura, las humanidades y, por
supuesto, la literatura, que la convertirían en una de las personalidades más
complejas y singulares de las letras hispanoamericanas.
En
la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz hallamos numerosas y elocuentes
composiciones profanas (redondillas, endechas, liras y sonetos), entre las que
destacan las de tema amoroso, como los sonetos que comienzan con "Esta
tarde, mi bien, cuando te hablaba" y "Detente, sombra de mi bien
esquivo". En "Rosa divina que en gentil cultura" desarrolla el
mismo motivo de dos célebres sonetos de Góngora y de Calderón, no quedando
inferior a ninguno de ambos. También abunda en ella la temática mística, en la
que una fervorosa espiritualidad se combina con la hondura de su pensamiento,
tal como sucede en el caso de "A la asunción", delicada pieza lírica
en honor a la Virgen María.
Sor Juana empleó las
redondillas para disquisiciones de carácter psicológico o didáctico en las que analizan
la naturaleza del amor y sus efectos sobre la belleza femenina, o bien defiende
a las mujeres de las acusaciones de los hombres, como en las célebres
"Hombres necios que acusáis". Los romances se aplican, con
flexibilidad discursiva y finura de notaciones, a temas sentimentales, morales
o religiosos (son hermosos por su emoción mística los que cantan el Amor divino
y Cristo en el Sacramento). Entre las liras es célebre la que expresa el dolor
de una mujer por la muerte de su marido ("A este peñasco duro"), de
gran elevación religiosa.
Mención
aparte merece Primero sueño, poema
en silvas de casi mil versos escritos a la manera de las Soledades de
Góngora en el que Sor Juana describe, de forma simbólica, el impulso del
conocimiento humano, que rebasa las barreras físicas y temporales para
convertirse en un ejercicio de puro y libre goce intelectual. El poema es
importante además por figurar entre el reducido grupo de composiciones que
escribió por propia iniciativa, sin encargo ni incitación ajena. El trabajo
poético de la monja se completa con varios hermosos villancicos que en su época
gozaron de mucha popularidad.
El teatro y la prosa
En el terreno de la dramaturgia
escribió una comedia de capa y espada de estirpe calderoniana, Los empeños de una casa, que incluye una loa y dos
sainetes, entre otras intercalaciones, con predominio absoluto del octosílabo;
y el juguete mitológico-galante Amor es más laberinto,
pieza más culterana cuyo segundo acto es al parecer obra del licenciado Juan de
Guevara. Compuso asimismo tres autos sacramentales: San Hermenegildo, El cetro de San José y El divino Narciso;
en este último, el mejor de los tres, se incluyen villancicos de calidad lírica
excepcional. Aunque la influencia de Calderón resulta evidente en muchos de
estos trabajos, la claridad y belleza del desarrollo posee un acento muy
personal.
La prosa de la autora es menos
abundante, pero de pareja brillantez. Esta parte de su obra se encuentra
formada por textos devotos como la célebre Carta athenagórica (1690), y sobre todo por la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz (1691), escrita para contestar a la
exhortación que le había hecho (firmando con ese seudónimo) el obispo de Puebla
para que frenara su desarrollo intelectual. Esta última constituye una fuente
de primera mano que permite conocer no sólo detalles interesantes sobre su
vida, sino que también revela aspectos de su perfil psicológico. En ese texto
hay mucha información relacionada con su capacidad intelectual y con lo que el
filósofo Ramón Xirau llamó su "excepcionalísima apetencia de saber",
aspecto que la llevó a interesarse también por la ciencia, como lo prueba el
hecho de que en su celda, junto con sus libros e instrumentos musicales, había
también mapas y aparatos científicos.
De menor relevancia resultan otros
escritos suyos acerca del Santo Rosario y la Purísima, la Protesta que, rubricada con su sangre, hizo de su fe y amor a Dios y algunos documentos. Pero también en
la prosa encuentra ocasión la escritora para adentrarse por las sendas más
oscuras e intrincadas, siempre con su brillantez característica, como vemos en
su Neptuno Alegórico, redactado con motivo de la llegada
del virrey conde de Paredes
A
causa de la reacción neoclásica del siglo XVIII, la lírica de Sor Juana cayó en
el olvido, pero, ya mucho antes de la posterior revalorización de la literatura
barroca, su obra fue estudiada y ocupó el centro de una atención siempre
creciente. La renovada fortuna de sus versos podría adscribirse más al equívoco
de la interpretación biográfica de su poesía que a una valoración puramente
estética. Ciertamente es desconcertante la figura de esta poetisa que, a pesar
de ser hermosa y admirada, sofoca bajo el hábito su alma apasionada y su rica
sensibilidad sin haber cumplido los veinte años. Pero la crítica moderna ha
deshecho la romántica leyenda de la monja impulsada al claustro por un
desengaño amoroso, señalando además como indudable que su silencio final se
debió a la presión de las autoridades eclesiásticas.
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