ETIOPATOGENIA
Un aneurisma es una dilatación anómala de la pared de
una arteria y se puede localizar en cualquier vaso del organismo. Se produce
porque falla en un punto alguna de las capas que forman la pared arterial, por lo que ésta va cediendo
progresivamente, con el riesgo de que llegue a romperse y ocasione una hemorragia grave o incluso mortal. Uno de los
sitios más frecuentes de aparición de aneurismas es la aorta. Pero el otro
lugar de mayor frecuencia es en las arterias cerebrales.
En el caso del cerebro, es más frecuente que los aneurismas aparezcan en la división o bifurcación de una arteria principal, por tener mayor calibre y presión arterial. El fallo de la pared suele ser puntual e ir formando una dilatación progresiva aneurismática con forma sacular, como un pequeño globo que hace protrusión en dicha bifurcación
Fig. 1B.- Dilatación progresiva aneurismática
Por lo general, la causa es congénita (aunque se suele manifestar
tardíamente, a partir de los 30-40 años). Pero también pueden aparecer
aneurismas tras otros tipos de alteraciones de la pared arterial, como el
desgaste ocasionado por la conjunción de hipertensión arterial y
arteriosclerosis, o los provocados por traumatismos, infecciones, etc.
El problema principal que
plantean los aneurismas es que su rotura, por
debilitamiento de la pared o subida de la tensión, ocasiona una hemorragia
intracraneal. Al encontrarse estos aneurismas en las arterias principales del
cerebro la hemorragia se produce en el llamado espacio
subaracnoideo, por donde circula el líquido cefalorraquídeo y
discurren estas arterias. De forma que la hemorragia se difunde rápidamente alrededor
de todo el cerebro. En otras ocasiones pueden producirse además hematomas
intracerebrales o hemorragias en los ventrículos cerebrales.
Fig. 3.- Hemorragia intracerebral
Otra forma de
expresarse clínicamente los aneurismas, aunque es excepcional, es el aumento
progresivo de tamaño sin llegar a romperse. Se genera lo que se denomina un aneurisma gigante (Fig. 4), que llega
a alcanzar un gran tamaño y se comporta como un proceso expansivo, comprimiendo
las estructuras cerebrales colindantes. Además, en este tipo de aneurismas, se
pueden producir coágulos en su interior que, si se desprenden, pueden dar lugar
a embolias en territorios vasculares más lejanos.
Los aneurismas suponen un
importante problema médico, porque su rotura puede ocasionar la muerte instantánea o en las primeras horas en más
de un 10% de las personas que la sufran. Pero más grave aún es que tienen una
alta probabilidad de volver a sangrar en
las dos primeras semanas (15-20%); si no se tratan, el 50% sangran antes de los
seis primeros meses, con el doble de posibilidades que la primera hemorragia de
que sea mortal. Las hemorragias sucesivas son cada vez más graves y con mayor
morbi-mortalidad.
El otro problema que se plantea
cuando un aneurisma se ha roto es que la presencia de sangre en el líquido
cefalorraquídeo y el intento de la arteria por no sangrar ocasionan un vaso espasmo, es decir, una disminución del calibre de
las arterias. Si esta reacción es excesiva, se puede llegar a producir un
cierre que impida la circulación de la sangre, con el peligro de provocar
una isquemia o un infarto que ocasione déficits neurológicos.
Ambos problemas, el riesgo alto
de resangrado y el vasoespasmo arterial,
son los que hacen que el tratamiento de los aneurismas sea muy complejo; no
sólo en cuanto a la mejor técnica para conseguir un cierre completo, sino
también al momento ideal para que se realice dicho tratamiento con el fin de
disminuir la morbi-mortalidad.
CLÍNICA
La incidencia de aparición clínica de los aneurismas
es de aproximadamente 10 casos por cada 100.000 habitantes y año. Es
excepcional que se detecten antes de producir una hemorragia.
La edad de presentación tiene un
pico de máxima frecuencia desde los 40 a los 60 años, siendo muy rara su
presentación por debajo de los 20 años de edad. Clínicamente se sospecha que
puede existir una rotura de un aneurisma cuando el paciente refiere una cefalea brusca e intensísima acompañada de otros
síntomas como vómitos, rigidez de nuca,
disminución del nivel de conciencia o pérdida
de alguna de las funciones neurológicas. Esta cefalea, con mucha frecuencia, se
produce tras haber realizado algún esfuerzo físico que provoque un aumento de
la presión arterial.
Se han establecido diferentes
escalas clínicas para valorar la situación del paciente y facilitar un adecuado
manejo diagnóstico y terapeútico. La más utilizada es la escala de Hunt y Hess:
- Grado 1.- Asintomático o leve cefalea
- Grado 2.- Cefalea moderada o notable. Rigidez de nuca. No déficits neurológicos, excepto afectación de pares craneales.
- Grado 3.- Tendencia al sueño, confusión o déficit focal discreto
- Grado 4.- Estupor. Moderada o importante hemiparesia. Posible rigidez de descerebración precoz y trastornos vegetativos.
- Grado 5.- Coma. Rigidez de descerebración. Apariencia de moribundo.
MANEJO DIAGNOSTICO
El estudio inicial que se realiza
es el TAC cerebral para visualizar si realmente existe
una hemorragia intracraneal (subaracnoidea, intracerebral). Si esta prueba es
aparentemente normal y se mantiene la sospecha clínica, está indicado realizar
una punción lumbar para analizar si el líquido
cefalorraquídeo tiene sangre o, si por el contrario, estamos antes una posible
meningitis.
Una vez diagnosticada la hemorragia subaracnoidea, hay que confirmar la
existencia de un aneurisma y su localización. El método diagnóstico
determinante, aún hoy en día, es la arteriografía o angiografía.
Se debe de realizar un estudio de todos los vasos cerebrales (carótidas y
vertebrales) puesto que, al ser en su mayoría de origen congénito, pueden
existir varios aneurismas en un mismo paciente en diferentes
localizaciones, aunque sólo uno de ellos es el que ha sangrado.
Muy recientemente la Angio-RM y el Angio-TAC pueden
visualizar determinados aneurismas, siendo ambas unas pruebas menos invasivas y
mejor toleradas por el paciente que la angiografía cerebral. En un futuro
próximo es casi seguro que desplazarán a la angiografía en el manejo
diagnóstico.
La localización de los aneurismas cerebrales es muy
característica y se distinguen dos grandes zonas: la circulación anterior (dependiente de las arterias
carótidas y sus ramas principales [arteria cerebral anterior y arteria cerebral
media]), donde aparecen el 90% de los aneurismas. Estos se localizan, a partes
iguales prácticamente, en la propia carótida (30%), en la arteria cerebral
anterior y sus ramas (30%) (Fig.8) o en la arteria cerebral media (30%). El
otro 10% de aneurismas se localizan en la llamada circulación posterior, dependiente de las arterias vertebrales
y sus ramas.
MANEJO TERAPEUTICO
El tratamiento de un aneurisma es
muy complejo. Requiere un planteamiento y cuidados médicos intensivos que se
centran en tres aspectos fundamentales: 1.- Ayudar al paciente a superar los
efectos de la hemorragia cerebral que se ha
producido. 2.- Prevenir el vaso espasmo y
tratar sus efectos adversos. 3.- Evitar el re sangrado hasta
que se realice el tratamiento definitivo del aneurisma.
El tratamiento del aneurisma es
excluirlo de la circulación arterial. Las técnicas quirúrgicas en la mayoría de
los casos cierran el aneurisma colocando una pequeña pinza llamada clip en el cuello del aneurisma preservando el
resto de la circulación. Los mejores resultados y con menores riesgos se
obtienen en los aneurismas que tienen un cuello pequeño, que puede ser abrazado
fácilmente con un solo clip. La cirugía consigue cerrar los aneurismas en casi
el 100% de los casos con una morbi-mortalidad variable dependiendo de la
situación inicial del paciente, de la localización y forma del aneurisma, así
como de la experiencia del equipo quirúrgico. Si el paciente está en un grado
I-II de la escala de Hunt y Hess, la mortalidad puede ser inferior al 2%, pero
aumenta o supera el 60% si el paciente está en grado IV-V.
Fig. 10B.- Diferentes tipos de clips
Fig. 11A.- Angiografía antes de
colocación clip
Fig. 11B.- Angiografía antes de
colocación clip
Uno de los dilemas más importantes que se plantea es en qué
momento se deben tratar los aneurismas, si de forma precoz (primeras 48-72
horas) o de forma tardía (a partir del 10º día post-hemorragia). Hay que tener
en cuenta que ambos tratamientos tienen sus complicaciones y riesgos frente a
los beneficios. La cirugía precoz consigue
reducir el riesgo de re sangrado (con la morbi-mortalidad consecuente), pero la
intervención quirúrgica que se precisa para el cierre del aneurisma conlleva
una morbi-mortalidad ligeramente alta (superior al 2%), dadas las condiciones
en que se encuentran los pacientes, con una agresión reciente ocasionada por la
hemorragia que acaban de sufrir y el riesgo de aparición de vaso espasmo. Esta
cirugía precoz ha de realizarse en las primeras 72 horas; a partir de aquí el
insulto quirúrgico va a aumentar las posibilidades de aparición de vaso espasmo
grave. Por el contrario, el tratamiento quirúrgico tardío,
a partir del 10º día post-hemorragia (cuando el
paciente está ya neurológicamente recuperado o estable y no hay riesgo de vaso espasmo),
tiene una morbilidad y mortalidad
mínima (menor del 2%), pero en la espera hay un porcentaje de pacientes que
vuelven a sangrar (5 a 10%). De forma que no hay evidencia científica en la
literatura mundial acerca de que un manejo terapéutico sea superior al otro,
tras comparar los resultados globales, desde que ingresan los pacientes en el
hospital hasta que son dados de alta o fallecen. Por lo que se mantiene aún hoy
día una importante controversia no resuelta.
Pero en estos últimos años se
está apuntando otra solución a este dilema, gracias a los múltiples avances que
se están realizando en otros campos. Con toda probabilidad el más importante ha
sido la posibilidad de aplicar técnicas neurorradiológicas intervencionistas (embolización) para el cierre definitivo del aneurisma.
Estas técnicas endovasculares consisten en la cateterización selectiva de la
arteria donde está localizado el aneurisma y la aplicación dentro de la cavidad
aneurismática de diferentes sustancias o elementos (“coils”) que consiguen el
cierre de la dilatación aneurismática por trombosis del mismo. Requieren que el
cuello del aneurisma sea pequeño para que retenga el material de embolización.
Entre las complicaciones destaca el riesgo de rotura del propio aneurisma
durante la embolización, el cierre de una arteria normal por escape del
material inyectado y el vaso espasmo. Se consigue el cierre completo del
aneurisma en casi un 90% de los casos, pero es aconsejable realizar
controles hagiográficos durante al menos dos años. Las complicaciones graves de
morbi-mortalidad giran actualmente alrededor del 5%, dependiendo de las
condiciones del paciente, del tipo y localización del aneurisma, así como de la
experiencia del equipo neuroradiológico intervencionista.
Fig. 12A.- Técnica de
embolización por coils
Fig. 12B.- Imagen donde se
aprecian coils
Al contar con estas nuevas
posibilidades, parece que la controversia ya referida se está decantando hacia
intentar el tratamiento endovascular en la fase precoz,
sustituyendo al tratamiento quirúrgico, dado que la embolización es un método
mucho menos agresivo y mejor tolerado por el paciente con hemorragia reciente.
De forma que la cirugía tardía quedaría reservada
solamente para aquellos pacientes en los que no ha sido posible excluir el
aneurisma mediante embolización.
Sea cual sea el método
seleccionado para cerrar el aneurisma, hay siempre un tratamiento médico-quirúrgico de base, encaminado a
ayudar al paciente a superar los efectos agudos de la hemorragia (analgesia,
sedación, protectores cerebrales, drenaje ventricular), evitar el re sangrado
(control de presión arterial, medicación antifibrinolítica…), así como prevenir
y/o tratar el vaso espasmo (vasodilatadores y otras medidas para conseguir un
aumento del flujo sanguíneo cerebral).
Por tanto, desde que el paciente
llega al hospital, independientemente del nivel de conciencia o gravedad
clínica que presente, un equipo especializado en
patología vascular cerebral, formado por un neurólogo,
neurocirujano, neurorradiólogo e intensivista, planeará el manejo terapéutico
más adecuado, coordinando en todo momento sus conocimientos y actuaciones,
adaptándolas a los cambios favorables o no que vayan surgiendo, hasta conseguir
la recuperación del paciente y el cierre aneurismático de la forma más precoz y
con menor riesgo posible.
MALFORMACIONES
VASCULARES
Con este nombre se denomina a las
lesiones vasculares no neoplásicas del sistema nervioso. McCormick en
1966 describió 4 tipos: malformación arteriovenosa
(MAV), angioma cavernoso o cavernoma, angioma venoso y telangiectasia capilar.
Una quinta categoría serían
las fístulas arteriovenosas, que consisten en la existencia
de una o múltiples arterias dilatadas que conectan directamente con una vena.
Son de alto flujo, tienen baja incidencia de hemorragia y suelen ser tratables
por métodos endovasculares. Ejemplos de éstas son la malformación de la vena de
Galeno, malformaciones vasculares dúrales y la fístula carótido-cavernosa.
Debido a su rareza y a que a veces pueden ser consideradas una variedad de
malformación arteriovenosa, no nos ocuparemos de ellas en este
momento.
MALFORMACIONES
ARTERIOVENOSAS
Consisten en varias arterias
anómalas, dilatadas, que forman un nido u ovillo
vascular que drena directamente hacia una o varias venas displasias de drenaje,
sin fase capilar previa (Fig. 13). A diferencia de la circulación normal, en
esta estructura las arterias no se llegan a dividir de forma progresiva hasta
la fase capilar, ni tienen parénquima cerebral dentro de la malformación,
aunque ésta se sitúa dentro o rodeada por tejido cerebral.
Fig. 13.- Malformación
arteriovenosa
Son siempre congénitas, pero pueden ir creciendo con la edad. A
medida que pasa el tiempo, estos vasos anómalos van a irse deteriorando en su
estructura, por lo que tienen mayor tendencia a la rotura espontánea que los
vasos normales. De ahí que la hemorragia aparezca
más precozmente (a partir de los 20 años de vida).
Otro de los fenómenos que se
producen es el de “robo” de sangre de los territorios
sanos. Esto se debe a que las arterias que alimentan la malformación son ramas
de arterias normales. Debido a que el drenaje venoso es directo, sin barrera
capilar, la sangre tiene más facilidad o tendencia a irse por la malformación
que por el sistema arterial normal, por lo que se produce una caída de caudal
sanguíneo en las ramas que van a tejido cerebral sano. Este fenómeno de robo va
a ser causa de dos tipos de síntomas, por afectación de las neuronas
circundantes: déficits neurológicos y epilepsia
Clínica
En un 50% de los
casos la aparición clínica se produce tras una hemorragia; el 40% debutan
con crisis
epilépticas y en un 7% se presentan déficits neurológicos focales por
isquemia.
Como hemos dicho anteriormente,
el periodo de la vida con mayores posibilidades de que aparezca un cuadro
hemorrágico es alrededor de los 20 años y va
disminuyendo dicha probabilidad a partir de los 40-50 años de edad. El episodio
de hemorragia no es tan deletéreo como el provocado por los aneurismas, aunque
tienen una mortalidad del 10% y un 30-50%
de morbilidad, con un riesgo de sangrado acumulativo
de 2-4% al año. En algo más del 80% de los casos la hemorragia es
intraparenquimatoso, pero también pueden producir hemorragia subaracnoidea o interventricular.
La hemorragia es más frecuente en las malformaciones pequeñas que en las
grandes y en ocasiones se producen por la rotura de dilataciones aneurismáticas
en arterias adyacentes a la malformación, en el propio nicho vascular o en las
venas de drenaje.
Los otros síntomas (epilepsia e
isquemia) suelen asociarse a malformaciones de mayor tamaño. La asociación de
epilepsia y un cuadro agudo de hemorragia en una persona joven es
patognomónico, o característico de presencia de una MAV mientras no se
demuestre lo contrario. Antes se creía que las MAVs que producían epilepsia
tenían menor riesgo de producir hemorragia, pero no es así; de forma que, si
diagnosticamos una MAV tras un cuadro epiléptico, el paciente presenta las
mismas posibilidades de sangrado, del 2-4% acumulativo al año.
Diagnostico
En la fase aguda,
la TAC es el mejor
método de detección de la hemorragia, aparte de la existencia de posibles calcificaciones tortuosas
características (Fig.14). La RM es muy útil para ver la
relación entre MAV y parénquima cerebral circundante (Fig. 15), permite ver si
existe alto o bajo flujo y realizar el diagnóstico diferencial entre un tumor
que haya sangrado u otro tipo de malformación vascular (cavernoma).
Fig. 14.- TAC para detección de
hemorragia
Fig. 15.- RM para observar MAV en
relación con el parénquima cerebral
La Angio-TAC y Angio-RM son pruebas
no invasivas que nos dan más información anatómica acerca de la MAV. Pero, hoy
día, el método más completo para conocer el tipo y dinámica de la malformación
sigue siendo la arteriografía.
Fig. 16.- Angio-TAC
Fig. 17.- Angio-RM
Fig. 18.- Arteriografia
Debido a las amplias
posibilidades de variedad de MAV, se han hecho numerosos intentos de
clasificación, dependiendo del tamaño y localización. Esto es importante para
plantear el tratamiento a seguir, de forma que se han realizado escalas o grados (la más importante y reconocida
es la de Spetzler-Martin), para correlacionarlas con el pronóstico y las
posibilidades de tratamiento endovascular y quirúrgico.
Grados
de Spetzler-Martin:
|
Puntos
|
Tamaño
|
|
–
Pequeño < 3 cm
|
1
|
– Medio
3-6 cm
|
2
|
–
Grande > 6 cm
|
3
|
Localización
|
|
– Áreas
no elocuentes
|
0
|
– Áreas
elocuentes
|
1
|
Drenaje
venoso
|
|
– sólo
superficial
|
0
|
–
profundo
|
1
|
Fig. 19.- Tratamiento según
escala Spetzler-Martin
Fig. 20.- Tratamiento
endovascular
Tratamiento
Al igual que en los aneurismas el
tratamiento ideal de una malformación arteriovenosa es excluirla de la
circulación, haciendo desaparecer el nicho vascular y preservando la
circulación colateral.
Antes las MAVs eran el problema neuroquirúrgico benigno más difícil de resolver. Pero los avances técnicos que se han producido en estos últimos años han permitido reunir un conjunto de medidas terapéuticas que, solas o en conjunto, han hecho posible tratar definitivamente las MAVs con muy bajos índices asociados de morbilidad y mortalidad.
Hay tres abordajes: microcirugía, embolización y radiocirugía. Lo más
frecuente es que se requiera la combinación de varias de estas técnicas. Por lo
tanto, las MAVs deben de ser
tratadas por equipos multidisciplinarios formados
fundamentalmente por neurocirujanos y neurorradiólogos. Para elegir un tratamiento
u otro hay que tener en cuenta, además del grado de Spitteler-Martin, la edad,
asociación con aneurismas, flujo alto o bajo, historia previa de hemorragia,
tamaño del nido, posibilidad de tratamiento endovascular y las condiciones
generales del paciente. Las indicaciones de cada tipo de abordaje pueden ser
resumidas de la forma siguiente:
1.- Cirugía: La resección quirúrgica
es el tratamiento de elección para las MAVs. Su principal beneficio es que
elimina el riesgo de sangrado de forma inmediata. Pero su principal
inconveniente es la invasividad y
consiguiente riesgo quirúrgico. Cuando éste es inaceptablemente alto se eligen
otros procedimientos.
2.- Radiocirugía: La radiación provoca en la
pared vascular una reacción que acaba cerrando la luz vascular. Pero la dosis
de radiación ha de ser muy alta, de forma que la radioterapia convencional
tiene una efectividad sobre el cierre completo de la MAV no superior al 20%,
por lo que no se considera efectiva. Ahora bien, las modernas técnicas de
radiocirugía sí consiguen su objetivo de concentrar altas dosis de radiación y,
por consiguiente, generar una reacción que cierre por completo la MAV. Esto se consigue
en un máximo del 70% de las MAVs menores de 3cm. de diámetro.
Por encima de este tamaño, la radiocirugía no está indicada, aunque se están
ensayando técnicas intermedias entre la radioterapia convencional y la
radiocirugía (radioterapia estereotáxica) que permitan abordar las MAVs gigantes.
La radiocirugía es una
técnica no invasiva que consigue reducir de forma gradual
el flujo de la malformación, hasta su cierre. Su indicación más clara es la MAV
de localización profunda, en el que el intento de resección con microcirugía
tiene un alto riesgo de provocar efectos adversos colaterales. El mayor
inconveniente de la radiocirugía, que hay que conocer, es que el proceso
puesto en marcha tarda de 1 a 3 años en conseguir el cierre completo del 70% de
las MAVs, persistiendo durante este
tiempo el riesgo de re sangrado de 2-4%
acumulativo al año.
3.-Técnicas endovasculares: La diferentes técnicas de embolización y cierre de los vasos que nutren la MAV no consiguen, por sí solas, el cierre completo en más del 10% de los casos y podrían facilitar la reapertura de otras arterias. Mientras persista MAV permeable existe el riesgo de re sangrado. Su indicación principal, por lo tanto, es facilitar el tratamiento micro o radio quirúrgico.
Fig. 21.- Técnicas endovasculares
Fig. 21.- Técnicas endovasculares
ANGIOMAS
CAVERNOSOS
Es una lesión vascular mal
formativa, de carácter esporádico o hereditario, consistente en dilataciones
sinusoidales vasculares localizadas dentro el parénquima cerebral y nutridas
por pequeñas arterias y con venas de drenaje (Fig. 22). Su forma y aspecto es
similar a una mora, de tamaño variable entre 1-5 cm. y pueden ser múltiples en
un alto porcentaje de casos (cavernomatosis múltiple). Se pueden calcificar o
trombosar.
Fig. 22- Angioma cavernoso
Fig. 23- Angioma cavernoso multiple
Representan el
5-13% de las malformaciones vasculares, muchas son supratentoriales, pero en un
10-20% de los casos se localizan en fosa posterior con predilección por el
tronco cerebral. Como las MAVs, rara
vez se localizan a nivel de la médula espinal.
Clínica
Los cuadros clínicos con los que
dan la cara son de dos tipos: epilepsia y hemorragia. En cuanto a las crisis epilépticas, sus
características es que van a ser focales o parciales y de difícil control
farmacológico en un 60% de los casos. Debido a la persistencia de dichas crisis
epilépticas fármaco-resistentes, se puede producir un déficit neurológico
progresivo en un alto porcentaje de pacientes (hasta en un 50%).
En relación al cuadro hemorrágico, suele ser menos severo que el de los aneurismas y el de las MAVs. Se presenta de forma espontánea en el 20% de los pacientes portadores de cavernomas y la posibilidad de resangrado en 10 veces menor al porcentaje de riesgo de las MAVs, oscilando entre un 0’3 a un 1% acumulativo al año. Parece que la mujer joven y los cavernomas localizados en tronco cerebral tienen mayor riesgo de resangrado con repercusiones neurológicas graves.
Fig. 24.- Cuadro clínico de
crisis epiléptica
Fig. 25.- Cavernoma en tronco
cerebral
Diagnóstico
En el momento agudo del cuadro
hemorrágico la TAC es, al igual que en los
anteriores procesos, el método diagnóstico de elección. Los cavernomas aparecen
como lesiones grandes o pequeñas con contenido hemorrágico y cálcico en muchas
ocasiones.
Fig. 26.- Diagnóstico cuadro
hemorragico mediante TAC
La Resonancia Magnética es el método más selectivo
para reconocer los angiomas cavernosos, aunque pueden estar enmascarados en la
fase aguda por el contenido hemorrágico de la lesión. Su aspecto característico
de panal de abeja se pueda apreciar mejor pasados 2-3 meses del episodio
hemorrágico.
Fig. 27A- RM angioma cavernoso
Fig. 27.- Forma de panal de abeja
de un angioma cavernoso
La angiografía no suele mostrar alteraciones, por lo
que a este tipo de malformaciones se las incluía, antes de la aparición de la
RM, en el grupo de las malformaciones
angiográficamente ocultas, como a algunos angiomas venosos y las
telangiectasias.
El manejo diagnóstico, por tanto,
es realizar un TAC en la fase aguda hemorrágica o tras una crisis epiléptica
focal. Si en la TAC la imagen es característica de cavernoma, hay que plantear
la realización de una RM en ese momento y/o al menos pasados 2-3 meses. La
angiografía sólo es necesaria cuando se planee el tratamiento quirúrgico.
Tratamiento
El tratamiento es siempre quirúrgico con resección completa de la
lesión cavernomatosa. Hoy día las modernas técnicas de localización y
microquirúrgicas permiten su extirpación completa con menor riesgo que el que
presenta la lesión dejada a su evolución natural.
A pesar de numerosos intentos, no
se ha demostrado que la radiocirugía consiga reducir o anular la tendencia al re
sangrado de los cavernomas, por lo que no está indicado aplicar este tipo de tratamiento.
En el caso de debutar el angioma cavernoso con crisis epilépticas, se pueden dar dos situaciones. En el caso de que sea poca la frecuencia de crisis, está documentado que su extirpación evita que el paciente continúe con ellas y permite que no precise medicación antiepiléptica; aparte de que se evita el alto porcentaje de riesgo que tiene el cavernoma, por su historia natural, de generar una situación de epilepsia fármaco-resistente o de producir una hemorragia.
En el caso de debutar el angioma cavernoso con crisis epilépticas, se pueden dar dos situaciones. En el caso de que sea poca la frecuencia de crisis, está documentado que su extirpación evita que el paciente continúe con ellas y permite que no precise medicación antiepiléptica; aparte de que se evita el alto porcentaje de riesgo que tiene el cavernoma, por su historia natural, de generar una situación de epilepsia fármaco-resistente o de producir una hemorragia.
Se puede dar el caso,
afortunadamente cada vez menos frecuente, de que el cavernoma se diagnostique
en un paciente con epilepsia frecuente y resistente a la medicación; en estos
casos, la indicación quirúrgica es mandatoria y está asentada en que se trata
de un paciente con un cavernoma y con epilepsia fármaco-resistente, al que hay
que ofrecerle las alternativas quirúrgicas modernas que permiten su curación en
más del 90% de los casos.
ANGIOMAS
VENOSOS
Se trata de una malformación
congénita, no hereditaria, en la que existen pequeñas venas anómalas que
convergen en una que drena en el sistema venoso superficial o profundo. Las
venas presentan alteraciones en sus capas elástica y muscular. No existen arterias
anormales pero si hay parénquima entre los vasos. Las localizaciones más
frecuentes son en la vena de Galeno y en regiones de la cerebral media.
Se pueden asociar con angiomas
cavernosos y, por lo general, son también malformaciones angiográficamente ocultas,
aunque pueden visualizarse dando aspecto de una medusa vascular.
Es cada vez más frecuente su
hallazgo casual en las exploraciones con Resonancia Magnética. Son
malformaciones con bajo flujo y baja presión. Muy rara vez se pueden asociar
con epilepsia o hemorragias y sólo en estos casos requieren tratamiento
quirúrgico.
TELANGIECTASIA
Es una malformación de los
capilares, por lo que el tamaño es microscópico y no es posible diagnosticarlas
mediante TAC o RM. Su diagnóstico es anatomopatológico, tras analizar el tejido
cerebral de pacientes intervenidos por epilepsia fármaco-resistente.
Todasestas fotos son de todas lo que esta escrito, que mostre.
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